Números contra palabras

El peligro de contar las mujeres asesinadas es que el número final deja fuera a todas las que sobrevivieron. ¿No son víctimas entonces? Periodismo de datos, lo llaman —como si pudiera haber un periodismo sin ellos—: tantos inmigrantes muertos en este naufragio, tantos fallecimientos hoy por COVID, tantas mujeres «perdieron la vida a manos de sus parejas» en 2020. Números para comprender la magnitud del desastre, pero no palabras para entender su profundidad o, peor aún, su cercanía. 

Las historias de las asesinadas se amputan para que la fórmula quepa en un tuit, en un bloque de texto, en 300 palabras, en 150 palabras. Y si no hay espacio para las historias de las muertas, dónde colocar entonces las de aquéllas que sobrevivieron: no te quejes que tú por lo menos lo has contado.

No te quejes, víctima superviviente. Ahora eres un ejemplo a seguir, así que trágate tu pánico a encontrártelo por la calle, a que empiece a salir de permiso, a que vuelva a quebrantar la orden; agarra a tus hijos —y da gracias a que los tienes—, y peregrina de administración en administración, de recurso en recurso: de Cáritas a los servicios sociales; de la psicóloga a la Casa de la Mujer; de la jefa de estudios —porque al mayor ya no hay quien lo meta en vereda— a la profesora de apoyo —por el TDA de la chica—; del SEXPE al SEPE y de ahí al abogado, porque —es que no me sale una derecha— me quieren contar la pensión en las rentas y hace un año que no me la pasa. 

Busca trabajo, da igual de qué, y no pongas de excusa que no tienes con quién dejar a los niños, que hijos tenemos todas, oye, y aquí estamos, dando el callo. Y fórmate, no dejes de formarte, porque limpiando casas no vas a estar toda la vida, aunque lleven cinco, diez, quince años, a lo mejor desde pequeña, diciéndote que eres tonta y no vales para nada. Ahora, sí, ahora o nunca, conviértete en una mujer que, de la noche a la mañana, tiene la autoestima por las nubes y se pone retos inalcanzables y, aún así, los cumple.

Haz todo eso, mujer superviviente, y no te quejes nunca de haber sobrevivido —eso sí que no—, porque entonces no encajarás en el relato. ¿Que qué relato? El nuestro: el único que importa. Necesitamos que encajes en nuestro relato, ¿comprendes? De nuestro relato depende nuestra paz, nuestro sueño profundo por las noches, la tranquilidad de nuestra conciencia. 

Sobre todo, sé ejemplar para que se nos pueda llenar la boca al hablar de «esas mujeres valientes que, a pesar de haber vivido la barbarie de la violencia de género, salieron adelante gracias a su coraje y su valentía». No, no desfallezcas. No lo hagas, al menos, no en público. No nos llores en los despachos. No me digas que no puedes. No quiero escucharlo. Tú solita has llegado a esta situación y ahora debes saber salir de ella. Vuelve cuando lo hayas entendido. Vuelve cuando hayas comprendido tu lugar, no ya en el mundo, sino en nuestro relato, que es lo que importa. 

¿Que cuál es tu lugar? Te lo digo: tú fuiste una víctima pero ahora eres un ejemplo. Asúmelo. Los ejemplos no flaquean. Deberás ser una madre perfecta aunque crecieras en una casa donde la violencia ya presagiaba cómo sería después el hogar en el que crecerían tus hijos. Deberás ser una madre perfecta aunque yo, que me he criado rodeado de cariño y atenciones, no sea ni de lejos el padre perfecto. ¡Levántante de la cama!, aunque el trastorno de estrés postraumático te haga pasar las noches en vela reexperimentando las amenazas, las palizas, las humillaciones; aunque el cuerpo, ahora que has conseguido sacarlo de tu vida, haya sucumbido después de tantos años en alerta y no puedas ni moverte. No me cuentes tu historia. No me cuentes tu historia, que historia tenemos todos. 

Y ahí vamos nosotros, obedientes, a titular con el número de muertas y a sumarle una columna más a la gráfica interanual, mientras miles de mujeres a nuestro alrededor compiten en esta carrera de obstáculos —que es ya la vida de por sí— con un peso insoportable sobre sus hombros. 

Tal vez, si las ayudáramos a narrarse, si aceptáramos que tienen derecho a construir su propio relato: a no ser ejemplares, a caerse y no querer levantarse, a llorar y a no llorar, su peregrinaje sería igual de largo pero eliminaríamos de ese pesado equipaje la carga de soledad e incomprensión que no puede descomponerse en números, pero sí puede descomponerse en palabras.

Artículo publicado en el diario Hoy, el 8 de marzo de 2021.

M. A. Carmona del Barco
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